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Ivana Daniela Pérez
Traductora Literaria Técnico Científica Inglés - Español
IDP TRADUCCIONES
Traducción del cuento "Captain Murderer" de Charles J. Dickens, realizada para la prestigiosa colección de Separatas todo es Cuento editadas y distribuidas por el célebre escritor y abogado Carlos Pensa (http://www.carlospensa.com.ar/todoescuento.htm.)
EL Capitán Asesino
El primer personaje diabólico que se entrometió en mi pacífica juventud fue un cierto Capitán Asesino. Este desgraciado debe haber sido un descendiente de la familia de Barba Azul, en aquellos tiempos; no tenía dudas sobre el parentesco. La advertencia en su nombre no parecía haber despertado ningún prejuicio contra él, ya que era aceptado por la aristocracia y poseía una vasta fortuna. La misión del Capitán Asesino era el matrimonio y la satisfacción de un apetito caníbal con tiernas novias. En la mañana de su casamiento, siempre hacía plantar en ambos lados del camino hacia la iglesia flores exóticas; cuando su novia preguntaba: “querido Capitán, nunca antes he visto flores como estas ¿Cuál es su nombre?” Él respondía “aderezo para cordero” y se reía de su broma horrenda de manera espantosa, mostrando por primera vez sus dientes afilados, perturbando la tranquilidad de los gentiles invitados de la novia. Hacía el amor en un carruaje con seis caballos y se casaba en otro con doce y todos sus caballos eran blancos como la leche con una mancha roja en la parte de atrás que escondía con el arnés. La mácula aparecía, a pesar de que todos los caballos eran blancos como la leche cuando el Capitán los compraba. La mancha era la sangre de la joven novia. (En este terrible punto me veo obligado a contarles que en lo personal siempre experimentaba un escalofrío y sudor helado en la frente.) Cuando el Capitán daba por finalizados la fiesta y el banquete, y despedía a los gentiles invitados y se quedaba solo con su esposa, tenía la extravagante costumbre de regalar un palo de amasar de oro y un molde para pastel de plata. Era un rasgo característico del cortejo del Capitán preguntar si la joven dama sabía hacer tapas de masa; y si ella no sabía ya sea por educación o naturaleza, se lo enseñaba. Entonces cuando la novia veía al Capitán Asesino con el palo de amasar de oro y el molde para pastel de plata, recordaba esto y se levantaba las mangas de encaje de seda para hacer el pastel. Él sacaba a relucir una enorme fuente de plata de gran capacidad; traía harina, manteca, huevos y todas las cosas necesarias salvo el relleno del pastel; de los ingredientes básicos para el relleno nada traía. Entonces la encantadora novia decía: “querido ¿de qué será este pastel?” Él respondía “de carne”; luego la dulce novia decía: “no veo la carne”. Él respondía con humor “mira en el espejo”. Ella miraba en el espejo pero aún no veía carne, y el Capitán se reía a carcajadas y de repente frunciendo el ceño y desenfundando su espada le pedía que estirase la masa. Entonces ella lo hacía, derramando grandes lágrimas sobre la masa todo el tiempo, porque él estaba muy disgustado. Cuando había estirado la masa sobre la fuente y la había cortado, ya lista para llenar la cubierta, el Capitán la llamaba “¡Veo la carne en el espejo!”. Y la novia miraba en el espejo justo a tiempo para ver al Capitán cortándole la cabeza. Trozaba a la novia en pedacitos, le echaba sal y pimienta, la colocaba en el pastel, lo horneaba y se lo comía todo recogiendo los huesos. El Capitán Asesino continuó así, prosperando excesivamente hasta que escogió una novia de dos hermanas mellizas. Al principio no sabía cual elegir, porque aunque una era rubia y la otra morena ambas eran igualmente hermosas. Pero la melliza rubia lo amaba y la morena lo odiaba, entonces él escogió a la rubia. La melliza morena hubiese impedido el casamiento de haber podido, pero no logró hacerlo. Sin embargo la noche anterior a la boda sospechando del Capitán, se escabulló, trepo la pared del jardín y miró por la ventana de la casa a través de una hendija vio que le estaban afilando los dientes. Al día siguiente, ella prestó atención y escuchó la broma del Capitán sobre el cordero. Al otro día la masa fue estirada y el Capitán le cortó la cabeza a la melliza rubia, la trozó en pedacitos; echándole sal y pimienta y la colocó en el pastel: lo horneó, se lo comió todo y recogió los huesos. Ahora, las sospechas de la melliza morena fueron incrementadas al ver los dientes afilados del Capitán y también por la broma del cordero. Recordando los hechos, cuando el Capitán anunció que su hermana había muerto, adivinó la verdad y determinó vengarse. Entonces, fue a la casa del Capitán Asesino, llamó a la puerta, tocó el timbre y cuando él abrió la puerta ella dijo: “querido, quiero ser la siguiente en desposarme con usted, siempre lo he amado y estaba celosa de mi hermana.” El Capitán lo tomó como un cumplido y respondió de modo cortés; el matrimonio fue concertado rápidamente. La noche anterior a la boda, la novia trepó a la ventana del Capitán y otra vez notó que le estaban afilando los dientes. Al ver esto, soltó una carcajada tan atroz, a través de la hendija de la ventana, que heló la sangre del Capitán quien dijo “espero que no pase algo malo”. Al oír eso se rió otra vez con una carcajada aún más atroz, se abrió la ventana y se realizó una búsqueda, pero la melliza morena se había escabullido de forma muy ágil. A la mañana siguiente fueron a la iglesia en un carruaje con doce caballos y se casaron. Al otro día ella estiró la masa y el Capitán le cortó la cabeza a la melliza morena, y la trozó en pedacitos; le echó sal y pimienta colocándola en el pastel; lo horneó, se lo comió todo y recogió los huesos. Pero, antes de comenzar a estirar la masa, ella había tomado un veneno mortal de naturaleza horrorosa extraído de ojos de sapo y rodillas de araña y apenas el Capitán había recogido el último hueso comenzó a hincharse, a volverse azul, a llenarse de manchas y a gritar. Continuó hinchándose, poniéndose más azul y llenándose más de manchas, gritando hasta que se expandió del suelo al techo y de pared a pared; luego a la una de la mañana estalló con una fuerte explosión. Al oírla, en el establo, todos los caballos, blancos como la leche, rompieron los cabestros y enloquecieron; luego galoparon sobre los habitantes de la casa del Capitán, aplastándolos, (comenzando con la familia del herrero, quien había afilado sus dientes), hasta que todos estuvieron bien muertos y huyeron al galope.
Charles John Dickens
Traducción Ivana Pérez
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